El reciente anuncio del gobernador Rubén Rocha Moya sobre la reactivación del proyecto carretero Sinaloa–Chihuahua, con respaldo directo de la presidenta Claudia Sheinbaum, representa mucho más que una obra de infraestructura: es una jugada política, económica y territorial que podría redefinir el papel de Sinaloa en el norte del país.
Por años, esta vía ha sido promesa recurrente en discursos y planes de desarrollo regional, pero también víctima del olvido presupuestal y del laberinto burocrático. Hoy, con un nuevo gobierno federal, este viejo anhelo parece tomar forma real y concreta.
🛣️ Conectar para transformar
La carretera Sinaloa–Chihuahua no es solo asfalto. Es estrategia logística, impulso comercial y soberanía territorial. Significa integrar el corredor Pacífico-Norte, facilitar exportaciones, dinamizar el campo, acercar a dos estados con realidades complementarias, y sobre todo, llevar desarrollo a zonas históricamente relegadas.
Para comunidades como Choix, Badiraguato o Guadalupe y Calvo, la carretera representa la diferencia entre el aislamiento y la oportunidad. Significa poder acceder a servicios, a seguridad, a mercados… y a futuro.
🧭 La huella política del proyecto
Pero más allá de lo técnico, esta obra marca un mensaje político claro: la presidenta Claudia Sheinbaum y el gobernador Rubén Rocha no están gobernando desde el escritorio, sino desde el territorio. Su intervención para destrabar presupuestos, destrabar rutas y empujar acuerdos interestatales revela una voluntad federalista poco común en tiempos recientes.
Al mismo tiempo, Rubén Rocha Moya fortalece su imagen como un gobernador con interlocución directa y efectiva con el poder central, capaz de hacer valer las prioridades de Sinaloa.
🧩 ¿Obra pública o red de gobernabilidad?
Este tipo de proyectos no solo pavimentan caminos físicos, sino también caminos de influencia política. La coordinación entre gobierno federal y estatal, si bien positiva en términos de resultados, también exige vigilancia ciudadana: que no se convierta en un nuevo botín de constructoras allegadas, ni en bandera electoral vacía.
Lo ideal sería que el avance de la carretera vaya acompañado de transparencia, consultas comunitarias y mecanismos de evaluación social, para que el desarrollo no pase por encima de los más vulnerables, sino que los incluya en su trazo.
📌 Conclusión
La carretera Sinaloa–Chihuahua puede ser una obra símbolo de esta administración, pero su verdadero valor no estará en el corte de listones, sino en los empleos que genere, los pueblos que una y la paz territorial que impulse.
Y si este proyecto logra avanzar con visión humana, justicia social y sentido estratégico, entonces podríamos decir que el gobierno de Sheinbaum y Rocha empieza a escribir su ruta política… kilómetro a kilómetro.
Porque el desarrollo que no toca tierra, nunca deja huella.
Por: Jaime Antonio Flores Urias
Medio: GRUPO NOVA RADIO