Escuchamos la palabra plástico en prácticamente todos lados y todo el tiempo; también que es muy contaminante y que lo mejor es evitarlo. Sin embargo, ¿por qué?
Los plásticos son materiales orgánicos constituidos por largas cadenas de átomos que contienen fundamentalmente carbono, y aunque pueden proceder directamente de materias primas, siendo lo que actualmente conocemos como plástico biodegradable, la mayoría procede de fuentes sintéticas derivadas del petróleo, el gas natural, o el carbono. La industria del plástico utiliza el 6% de la producción mundial del petróleo para convertirlo en plástico.
Sus aplicaciones son prácticamente infinitas; es más, observa a tu alrededor y haz un conteo rápido de aquellos objetos que no tengan plástico en ellos… pocos, ¿no? Y es que, la mera verdad, sí son muy prácticos: transparentes, incoloros, poco densos, tenaces, fáciles de moldear y trabajar, duros, no se pudren, no se oxidan, y lo mejor, son baratísimos.
Pero, por supuesto que hay un pero. Todas estas características también son un problema, y uno grande.
El plástico es la principal fuente de contaminación sólida en el planeta; desde que empezó a producirse masivamente a finales de los 50’s, se han producido más de 8 mil millones de toneladas de plástico, la mitad de esta cantidad sólo en los últimos 13 años.
Su resistencia a la degradación biológica y a la ambiental hacen que su proceso de reciclaje sea menos económico y, por lo tanto, menos viable. Además, su cualidad de reducirse a partículas microscópicas lo hace un contaminante omnipresente en el ambiente, es decir, que está en todos lados en todo momento. Lo peor de todo es que un 40% de la producción se trata de plástico de un solo uso.
Podemos empezar por ahí; las bolsas de plástico no son tan imprescindibles como creemos. Los popotes, vasos, platos y cubiertos desechables…, puedes escoger sólo uno y tratar de evitarlo lo más que puedas. Después otro, y luego otro, y quizás, cada vez los necesites menos.




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