La derecha mexicana, con el apoyo de la mayoría de los medios de información convencionales, en medio de la emergencia económica y de salud, ha multiplicado sus ataques al presidente Andrés Manuel López Obrador con una intensidad inusitada y tendenciosa.
Furor golpista. Es difícil no percibir ánimos golpistas en dichos ataques, más que preocupaciones razonables, justas y humanas, por lo que en el país hoy ocurre o pueda ocurrir.
Ahora mismo promueven actos que responden muy bien a sus reminiscencias separatistas y neosantanistas, que amenazan con romper el pacto federalista; apoyándose en unos pocos gobernadores de oposición, quienes aluden supuestas políticas fiscales discriminatorias, que sólo esconden intereses chantajistas de ciertos empresarios.
Con todo, es fácil oler el tufo fascista de la derecha cuando, en su desespero, ingenia diagnósticos apocalípticos, presume opiniones expertas respecto a la emergencia, tacha al Presidente como culpable desde sus delirantes cuestionamientos y, sin más, implora su caída.
Reiteradamente traslucen su actitud facha, antidemocrática y desmesurada que, hasta el propio líder del CCE ha salido a llamarlos a la cordura y a que, al menos, esperen al referéndum de revocación de mandato, mecanismo democrático aprobado por el Poder Legislativo a propuesta del presidente López Obrador.
Planteo una premisa. La derecha mexicana, a diferencia de muchas derechas del mundo, ha sido y es antidemocrática y corrupta.
Hoy se sabe que el comportamiento de la derecha europea ante la pandemia mundial ha sido el de imponer treguas partidistas. También se sabe que sólo la extrema derecha se ha negado a esas treguas, apartándose de los razonables y humanitarios consensos.
La derecha mexicana, en la situación actual, se porta como una extrema derecha histérica, amarillista, goebbeliana (repite mentiras o noticias falsas sin rubor y sin tregua). Esto porque, en los últimos 20 años ha devenido en antidemocrática y corrupta. Su larga historia democrático-partidista —que la ha tenido— representada, sobre todo, por el PAN, paradójicamente, termina con su ascenso al poder nacional con Fox como presidente.
Algunos hechos que lo prueban: Fox, en una actitud de traición a la democracia, intentó excluir a AMLO de la contienda presidencial, al no lograrlo, por el rechazo popular a su intentona, orquestó el fraude electoral de 2006 de la mano de quien sería su sucesor y beneficiario directo del atraco: Felipe Calderón.
Calderón presidente continuó los atropellos contra la democracia y profundizó la corrupción. Lo más detestable del calderonismo, amén de incrementar el IVA y la deuda pública e implementar los gasolinazos, fue su guerra al narcotráfico, que dejó enlutada a la nación y que fue dirigida por Genaro García Luna, quien estaba no sólo al servicio de Calderón, sino de las mismísimas bandas del narcotráfico. Sin embargo, el expresidente, con cinismo a toda prueba, se permite encabezar los delirios golpistas.
Agotado su espíritu democrático, en tan sólo dos sexenios, la derecha derrotada estrepitosamente en 2018 no asimila su derrota. Su comportamiento político, hoy, es una evidencia más de su desgaste ético y moral.
Perversidad criminal. No ignoro que esta derecha mexicana lucha hoy por conservar el estatus de las relaciones sociales-políticas-económicas anteriores a su derrota. Su ventajosa liga con el poder. Ello es legítimo.
Lo que no es legítimo ni humanista —tal cual es su prédica doctrinaria— es que, con su actuación política en la coyuntura, aspiren a que al Presidente le vaya mal, así sea con mayores decesos por el COVID-19, lo que delata su perversidad criminal.
Por ello —concluyo—, lejos de aplaudir el anómalo posicionamiento de la derecha ante la crisis que agobia a las y los mexicanos, debemos hacer votos porque retome el camino que le trazaron sus ideólogos más conspicuos: Manuel Gómez Morin, Carlos Castillo Peraza, Manuel J. Clouthier, entre otros.
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